Definir el concepto de felicidad es tarea ardua. Seguramente sea una de las definiciones más controvertidas y complicadas. El ser humano ha tendido siempre a perseguir la felicidad como una meta o un fin, como un estado de bienestar ideal y permanente al que llegar, sin embargo, parece ser que la felicidad se compone de pequeños momentos, de detalles vividos en el día a día, y quizá su principal característica sea la futilidad, su capacidad de aparecer y desaparecer de forma constante a lo largo de nuestras vidas.

El doctor John A. Schindler afirma: “La felicidad es un estado armonioso de la mente, por el cual podemos tener pensamientos bienhechores, positivos y agradables, que nos produce estados eufóricos con muchos efectos benéficos en nuestros ser.

La felicidad es el mejor remedio natural. La felicidad entendida como un estado psíquico y mental, es también reflejada en el cuerpo físico. Cuanto más felices somos, más fácil resulta controlar nuestros pensamientos y mantener así en nuestra mente solo pensamientos positivos. Así lograremos mucho más fácil todo lo que nos proponemos hacer, nos sentiremos mucho mejor y nos integraremos armoniosamente en cualquier lugar. Nuestra salud será floreciente porque el estado de felicidad genera una permanente fusión sutil – por medio de la resonancia - con las energías benéficas correspondientes del Macrocosmos. Y nuestros sentidos y órganos físicos funcionarán mejor.”

Un psicólogo ruso, K. Kekcheyev, hizo algunos experimentos sobre sujetos que emitían pensamientos positivos, luminosos y con sujetos que emitían pensamientos negativos, tenebrosos. Él descubrió que mientras los sujetos estaban enfocados en pensamientos positivos y agradables, ellos veían y oían mucho mejor, olían y gustaban mejor y sentían diferencias más finas y atractivas en el tacto. De esta manera, todos sus sentidos aumentaron en calidad y en percepción.

El doctor William Bates, a su vez, demostró que la mala visión puede ser mejorada inmediatamente si un ser humano tuviese pensamientos positivos, hermosos y agradables o mirase una escena linda.

Así que, buscar siempre ser feliz no es una muestra de egoísmo, porque cuando somos felices tenemos también un estado de expansión afectivo bienhechor y podemos ser espontáneamente altruistas, generosos, llenos de amor y alegres. Un ser feliz emana a su alrededor un autentico campo sutil benéfico de felicidad por su simple presencia. Él se convierte en una fuente de manifestación de estos estados eufóricos, contaminando a los demás con felicidad, alegría y amor.

La felicidad no pertenece nunca al futuro sino al presente

Blaise Pascal afirma: “Nosotros casi nunca vivimos plenamente, aunque esperamos vivir así; pero al buscarlo demasiado lejos fracasamos en nuestro intento de ser felices. De este modo, inevitablemente vivimos infelices.”

La mayoría de los hombres no viven plenamente, sino que viven esperando eventos futuros. Ellos piensan que serán felices solo cuando se casen, cuando obtengan un buen puesto, un diploma, cuando compren una casa, cuando sus niños salven los exámenes. Sin embargo, más temprano o más tarde estos hombres serán decepcionados.

En realidad, la felicidad es un estado de la mente el cual, si no es aprendida y practicada en nuestro presente, nunca será experimentada. La felicidad no debe depender de el resolver un problema u otro, porque, este problema una vez resuelto, aparecerá otro en su lugar. Y la vida se convierte en una sucesión de problemas.

Si queremos de verdad ser felices, tenemos que ser felices sin condiciones, ser nosotros mismos la felicidad y no ser felices por alguna cosa. La felicidad es un estado psíquico y mental armonioso, el cual se puede aprender y desarrollar.

Abraham Lincoln decía que: “Los hombres son felices en la medida que ellos mismos se acondicionan para serlo”.

El psicólogo M. Chappel nos dice que: “La felicidad es interior. El estado de felicidad no viene por los objetos exteriores sino desde las ideas, pensamientos y actitudes que nosotros podemos construir y desarrollar por nuestros propios recursos internos, independientemente de nuestro ambiente.”

Muchas veces, nuestra infelicidad es una respuesta a los acontecimientos de nuestro entorno. Cuando tenemos reacciones negativas nosotros pensamos que los demás no nos respetan, nos atacan o que actúan en contra de nuestra persona. Aun más, algunos sucesos fuera de nuestra voluntad los podríamos interpretar como que vinieran contra nosotros. Cuando perdemos un ómnibus, cuando empieza llover y queremos jugar tenis, cuando se aglomera la calle justo en el momento en el cual tenemos que llegar a un encuentro, etc. En estos momentos puntualmente nos sentimos muy infelices. Pero ¿que pasa en este momento? El exterior nos está manipulando. Es como una fuerte sugestión que nos dice: “Ahora, si ocurre esto, tienes que ser infeliz”. Es un permanente condicionamiento.

Cuando nos damos cuenta que la felicidad puede estar presente, independiente de lo que pasa en nuestro alrededor, nos convertimos en genuinos dueños de nuestro estado interior. Empezamos a ser mas libres. Podemos ser felices aun frente a una circunstancia difícil de la vida.

Esto puede ocurrir porque lo que da desaliento al los hombres no son los acontecimientos negativos sino las opiniones y las actitudes que tengan sobre estos. Por consiguiente, sería muy útil interpretar los eventos siempre en nuestro favor, de una manera lúcida y positiva, aunque puede parecer bastante difícil al comienzo.

Siempre hay dos caras de una misma moneda. Una nos dice: “Enójate, sé rebelde, no aceptes la situación” y otra “sé calmo, sereno y feliz”. Siempre podemos extraer lo bueno de cada evento. Solo tenemos que controlar nuestro estado interior y tener confianza. ¿A quién no le ocurrió que un evento que parecía desfavorable se volvió favorable? Cada evento en si mismo tiene su cara positiva, aunque no la podemos ver en ese momento, por nuestra mente negativa.

Aprender a ser felices, indiferentemente de lo que pasa en nuestro alrededor, nos saca de la esclavitud que nos hace reaccionar negativamente en un evento u otro.

La felicidad, la paz mental, la serenidad de nuestro interior está al alcance de cada uno. Nuestra actitud frente a las circunstancias de la vida genera procesos de resonancia con las energías correspondientes del Universo.

La energía sutil de la felicidad existió, existe y existirá en eternidad. Y puede ser reconocida en el amor, en la alegría, en la salud, en la paz, en la calma, en el arte, en la naturaleza y en todas y cada una de las acciones benéficas.

¿Somos felices?

La mayoría de los hombres viven (conscientes o no) ansiando que llegue a sus vidas, la felicidad. En general, los hombres piensan que están en este mundo para ellos mismos, no para el mundo entero. Como consecuencia de ello, vivimos, en primer lugar para nosotros mismos y después para los demás, si su bienestar es conveniente con el nuestro.

Una de las controversias en torno a este tema es: dónde buscar la felicidad, si en acontecimientos externos y materiales o en nuestro interior, en nuestras propias disposiciones internas. Muchos hombres piensan que la felicidad debe ser buscada en las cosas materiales o en las cosas mundanas. Pero ¿cuantos hombres que cumplieron sus sueños materiales pueden ser felices de verdad? Aún así, la mayoría de los hombres no se hacen la pregunta sobre si equivocaron o no su enfoque en su búsqueda de la felicidad. Solo nosotros mismos podemos encontrar respuestas a las preguntas: “¿Somos felices de verdad? o ¿Estoy en el verdadero camino hacia la felicidad?” Ni siquiera una religión puede responderlas en nuestro lugar, porque solo nuestra experiencia es válida.

Pero no es posible un análisis profundo de nuestra vida, si vivimos en apatía, confusión, inercia y sin deseo de transformación. Así que, en algunos casos la Naturaleza nos hace sufrir, con la finalidad de parar este derrotero de vida y reflexionar sobre nuestro camino interior. Y esto es como despertarnos de una pesadilla y darnos cuenta que fue solo un sueño. Entonces nos ponemos contentos.

De hecho, desde un punto de vista espiritual, la felicidad es, o mejor dicho debería ser, el estado normal de los hombres, percibido como un goce, una armonía y una verdad constante y permanente. Lo que el mundo exterior nos ofrece no es la felicidad genuina, sino algunos aspectos efímeros, limitados, pasajeros que los podemos llamar “placeres” o “satisfacciones”. Pero, como dije, estos son pasajeros. La felicidad y el placer son dos cosas completamente diferentes.

Comúnmente, pensamos que la felicidad es una fila de placeres o satisfacciones cada vez más exóticas. Soñamos que, si encontramos una fuente permanente de placeres, encontraremos la completa felicidad. Pero, el placer representa solo nuestra reacción momentánea a un impacto con cosas externas. Y la característica principal de un placer es INCONSTANCIA.

Nosotros pensamos que alguna persona o cosa nos ofrece un placer y por consiguiente buscamos obtenerlo o, en el caso de las personas, buscamos sus compañías. Pero, las mismas cosas que nosotros pensamos que nos ofrecen placer, a menudo nos hacen sufrir o padecer. Y nos damos cuenta que, si nos mantenemos en el plano de lo relativo, al placer siempre le sigue el dolor, a la atracción, la repulsión. Los dos polos de estos sentimientos son inseparables. Los hombres prueban cada una de ellas a su turno, en sus vidas.

Los sabios del Oriente afirman que ni siquiera el placer depende de las cosas externas. Si el placer hubiera venido de las cosas que poseemos, todos los hombres ricos deberían ser felices. Pero, la realidad no confirma esta hipótesis. En realidad, los ricos, que poseen una abundancia de cosas, no son ni por asomo felices, como tampoco los pobres, que poseen pocas cosas, son obligatoriamente infelices. Por ejemplo para la mayoría de nosotros un buen sueño nos descansa, nos produce un estado de felicidad. Muchos hombres buscan un sueño tranquilo, usando aún medicamentos para esto, mostrando así cuanto aman ellos el sueño. Este ejemplo justifica la hipótesis de los sabios orientales, los cuales dicen que la verdadera felicidad es algo que pertenece a nuestra naturaleza profunda. (explicaciones)

Y, extrapolando este ejemplo, podemos decir que el deseo de obtener algo exterior para ser “feliz”, es la causa que deja fuera de nosotros la verdadera felicidad. En ese sentido, los sabios del Oriente nos dicen que la felicidad puede ser probada por falta de deseos, no por deseos. Cuando queremos obtener algo exterior o escapar de algo que no nos gusta, somos casi siempre infelices. El deseo de escapar de una cosa se debe al temor. En conclusión, podemos decir que los dos enemigos de la felicidad son EL DESEO y EL MIEDO. Cuanto más grande es el deseo o el temor, más infelices seremos. Si no obtenemos una cosa u otra, somos infelices, aunque en el camino de obtener esta cosa, a menudo no nos damos cuenta de nuestra infelicidad. Asimismo, si obtenemos la cosa que queremos, empezamos a buscar otra, porque ya nos aburrimos de lo que hemos conseguido. Y así, nuestra vida se convierte en una carrera por obtener cosas. El deseo es como un pozo sin fondo que jamás podríamos llenar. Es como un fuego que quema más en la medida que lo alimentamos con leña.

En conclusión, todo el tiempo que nos mantenemos ligados a los deseos y los miedos, renunciamos a cualquier esperanza de obtener la verdadera felicidad, porque desde el deseo y el temor aparece la frustración, que es la causa principal de la pérdida de la felicidad.

¿Cómo salir del sufrimiento?

Frente a una misma situación, dos o tres o una multitud de seres humanos pueden reaccionar de una manera muy diferente. Pueden llegar aún a actitudes opuestas. En consecuencia, el comportamiento de un hombre no está determinado por un evento exterior, sino por sus tendencias psíquicas y mentales, que forman el carácter. Cada uno vive su realidad interior, en modos diferentes, con sus estados internos, sus procesos psíquico mentales complejos. En este sentido queda claro que cada ser humano es una identidad única en el Universo.

La infinidad de reacciones, procesos y mecanismos internos, producidos por varios factores tanto internos como externos, forman el Universo interior del ser humano. Este Universo interior, como el Macrocosmos o Universo exterior, tiene sus leyes específicas de manifestación. El grado de coherencia de estas leyes internas de nuestro Microcosmos, nos muestra precisamente el nivel de conciencia en un momento dado. Pero, a menudo, nosotros reaccionamos inconscientemente de una manera negativa, egoísta, y percibimos todo lo que nos pasa en nuestro alrededor como algo negativo, que nos da temor o inquietud. No es casual el dicho: “La hermosura esta en los ojos del que la mira”. Desde el punto de vista espiritual, todo lo que nos ocurre tiene una causa y nos pertenece. Nadie tiene la culpa de nuestro sufrimiento. En conformidad con la ley del Karma (de la causa y el efecto) no hay casualidad. Así que, si nosotros sufrimos, es solo por nuestra responsabilidad. Otro dicho afirma que: “Un sabio puede ser feliz en el Infierno, mientras que un tonto será infeliz aún en el Paraíso”.

Esta actitud de ser infeliz por las cosas exteriores es llamada en la espiritualidad oriental IGNORANCIA. La sabiduría oriental nos dice que eliminando la ignorancia individual (es decir la actitud equivocada sobre la vida, sobre el exterior y sobre el interior) podemos romper el lazo causa-efecto del sufrimiento.

Pero, este proceso de inercia lleva a que un hombre común prefiera complacerse en sufrimiento que analizar y actuar para ser feliz. Aunque a priori pueda parecer difícil, el proceso de salir del estado de infelicidad es muy claro y esta al alcance de cada uno de nosotros.

En cada uno de nosotros, lo sepamos o no, existe en forma de un impulso inconsciente el deseo de autoperfección. En consecuencia, el hombre, lo quiera o no, mas temprano o más tarde va a transformarse. En ese sentido, todos los sabios de la Tierra, todos los caminos espirituales, afirman que la única meta del ser humano (el cual es una creación perfecta de Dios) es conocer a Dios. Este conocimiento y también el camino hacia este, nos ofrecen el estado de felicidad suprema y la felicidad se convierte así en un barómetro que nos muestra en que estado de evolución estamos. El conocimiento de Si y el conocimiento de Dios son las mismas metas. Pero, ¿como lograr, con nuestra mente occidental, esta meta, cuando quizás nunca hayamos pensado en ella hasta ahora?

Los factores perturbadores que nos impiden lograr la felicidad verdadera y duradera son: el egoísmo, el deseo y el miedo.

Un ser humano que busca solo su ventaja, con avidez, que quiere satisfacer solo sus deseos materiales e imponer sus opiniones y deseos a los demás, se va a confrontar, más temprano o más tarde, con los efectos generadores de sufrimiento de sus propias acciones. O sea, se va a confrontar con su propia Karma.

Los deseos nutren y alimentan el ego. Estos deseos son impulsos y tendencias inconscientes (individuales o colectivas) que crean un gran apego. Las dimensiones y el plano en el cual se manifiestan nos muestran también su nivel de conciencia.

Estando en una interacción permanente, el deseo y el egoísmo generan siempre nuevos y nuevos lazos o consecuencias Karmicas. Si no eliminamos estos obstáculos, no podremos lograr un estado elevado de conciencia, no podremos transformar nuestro ser verdaderamente. Cuantos más deseos tiene un hombre, más aumenta su egoísmo. La satisfacción de los deseos es un fascinante espejismo pero, por su naturaleza, el espejismo es ilusorio. Podemos vivir en esta quimera muchas vidas, pero la nostalgia hacia la verdadera felicidad siempre estará presente. Y, cuando el ser humano cansado ya de buscar esa ilusión, desilusionado (esta palabra es muy significativa – romper la ilusión), se da cuenta de lo que es verdaderamente esencial para él y puede comenzar allí un camino hacia la libertad. En ese momento, en el cual se da cuenta que su vida no es lo que imaginó.

Academia Espiritual de Yoga ANANDA